Hoy cumplimos 20 años de casados y pudiera iniciar diciendo que han sido los años más hermosos de mi vida, o que la amo con todas mis fuerzas y que me brinda mucha felicidad.
Pero no seria honesto, seria muy lindo en un mundo que publica lo admirable de las relaciones y maquilla las adversidades. Mejor es hoy reconocer lo que han sido estos 20 años a su lado. Hemos vivido años terribles, al borde de la separación, le he causado muchas heridas y cuando nos casamos no teníamos ni idea de lo que en realidad era el matrimonio.
Nos casamos sobre la base de estereotipos culturales, religiosos y hasta literarios del matrimonio. Nuestra meta era tener un hogar que fuera la unión del nido de amor, el castillo del rey y la reina y la vida marital de José y María. Pero más pronto que tarde nos enfrentamos a la realidad, aquella que nos mostró de la forma mas dolorosa, que la inmadurez golpea con total fuerza en el matrimonio. Dos egos se unen y luchan por seguir existiendo a pesar y por encima del otro y en algún momento el nido de amor se convierte en un campo de batalla, la concepción idílica de José y María se parecía más a la bella y la bestia, en donde con total seguridad, yo me comportaba como la bestia.
Pero en un momento inesperado, la luz entró a nuestro hogar, Dios llegó a salvarlo, iluminando y dando claridad a la relación. Ella, majestuosa, abrumadoramente sabia y noble, me perdonó y me sigue perdonando a diario. Vinieron los años de sanar nuestros corazones, de replantear el matrimonio, redescubrir la esencia real del matrimonio y decidirnos a trabajar cotidianamente por él. Nos miramos, decidimos no vivir un matrimonio de aguante solo por nuestra hija, nos comprometimos a estudiar, indagar, y trabajar en nuestra relación, vivir, no solo sobrevivir al matrimonio. Reír, conquistarnos, valorarnos, creer que Dios nos guiaría y aceptar nuestra humanidad, aquella que estará presente siempre y que nos mantiene con la conciencia de que debemos luchar y trabajar diariamente, que somos imperfectos, susceptibles al error, al dolor y al engaño. Que se puede terminar en cualquier momento de nuestra vida y que nada nos garantiza vivir juntos hasta que la muerte nos separe, solo asumirlo con responsabilidad. Por todas estas razones, decidimos amarnos y disfrutar de este amor, tener una meta clara del tipo de matrimonio que anhelamos seguir construyendo a diario. Queremos seguir viajando juntos, leer juntos, cenar en restaurantes acogedores, ver teatro, dormir, reír, impactar al mundo juntos, oler el aire de las montañas y de nuestro café, disfrutar de los ríos y los valles del mundo y de nuestra Colombia. Ahora sí, ni calvario ni idilio, han sido 20 años de aventura, con todos los elementos, batalla, romance, enfermedad, perdón y amor. Y sí, han sido los mejores años de mi vida.
Claro que es posible construir y vivir un matrimonio que brinde alegría y bienestar, a pesar de los días de dolor o desamor, se puede con trabajo y en algunos casos con ayuda externa, disfrutar de la experiencia enriquecedora del matrimonio, se puede VivirSanaMente.